En un entorno político donde los algoritmos gobiernan la narrativa, López Obrador ha llevado a cabo un asalto estratégico a las estructuras del poder comunicativo.
Desde su ascenso al poder, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha transformado la forma en que se entiende la comunicación política en México, utilizando las herramientas digitales y los algoritmos para consolidar su liderazgo. Este fenómeno, analizado en profundidad en obras como La Izquierda que Asaltó el Algoritmo de Juan Carlos Monedero y Las armas de las matemáticas destructivas de Cathy O'Neil, revela cómo el uso estratégico de los datos y las redes sociales ha cambiado la dinámica del poder, desdibujando las fronteras entre el discurso político y la manipulación mediática.
El contexto actual presenta a las redes sociales como la nueva plaza pública, un espacio donde se libran batallas no solo por la atención del electorado, sino por la definición misma de la realidad. AMLO ha sabido aprovechar este entorno, construyendo un discurso que conecta emocionalmente con el pueblo mientras utiliza algoritmos para amplificar sus mensajes y minimizar las voces críticas. Esta estrategia ha permitido que su narrativa prevalezca, a menudo en detrimento de un debate político saludable.
La narrativa de López Obrador se fundamenta en la idea de que su gobierno representa al pueblo frente a un sistema corrupto. Al acusar a sus adversarios de corruptos, AMLO no solo deslegitima a la oposición, sino que también se posiciona como el auténtico defensor de los intereses ciudadanos. Esta táctica, descrita por Monedero como un "asalto al algoritmo", ha sido efectiva en la creación de una realidad alterna que sostiene su popularidad y apoyo.
Sin embargo, el uso de algoritmos en el discurso político no se limita a la difusión de mensajes. Cathy O'Neil, en su obra, advierte sobre los peligros de los sistemas algorítmicos que pueden perpetuar desigualdades y amplificar narrativas destructivas. El poder de los algoritmos radica en su capacidad para seleccionar y presentar información de manera que refuerce ciertas creencias, creando burbujas informativas que limitan la exposición a perspectivas divergentes. AMLO ha explotado este fenómeno, configurando un entorno en el que la disidencia es rápidamente silenciada.
Un elemento clave en esta estrategia es el ejército cibernético de AMLO, aglutinado en un grupo de comunicadores independientes afines tanto a él como a Claudia Sheinbaum, que operan de manera coordinada. Estos comunicadores son esenciales para la difusión de mensajes y la construcción de una narrativa que refuerza el discurso oficial. A través de campañas en redes sociales, este ejército cibernético amplifica ataques a la oposición, disuadiendo la crítica y estableciendo un clima de hostilidad que hace que muchos se sientan desincentivados a participar en el debate público.
Durante el pasado proceso electoral, mientras que la oposición a Morena se mostró desarticulada y aislada, los comunicadores afines a AMLO y Sheinbaum operaron de manera sincronizada, lanzando ataques sistemáticos y promoviendo una narrativa de defensa del pueblo. Esta estrategia no solo desarticuló a la oposición, sino que también consolidó la imagen de un gobierno fuerte y enérgico, capaz de enfrentar a la corrupción.
A través de un uso intensivo de las redes sociales, el ejército cibernético ha creado un ambiente hostil para las voces críticas. La violencia verbal y el acoso en línea se han convertido en herramientas para disuadir la participación ciudadana, creando un clima en el que muchos sienten que su voz es insignificante. Esta estrategia se alinea con las advertencias de O'Neil sobre cómo la desinformación y los ataques sistemáticos deslegitiman no solo a los adversarios políticos, sino también la propia participación en la democracia.
En contraste, la oposición ha mostrado una notable falta de cohesión y estrategia, lo que ha facilitado la dominación narrativa de López Obrador. La campaña de Xóchitl, que priorizó ataques negativos sobre una propuesta positiva, ejemplifica la desconexión entre los políticos y las expectativas del electorado. La falta de una narrativa clara y convincente, unida a la inseguridad en los debates, demuestra que una estrategia centrada únicamente en la crítica es insuficiente para ganar el apoyo popular.
La lección que se desprende de este análisis es que la política actual exige más que críticas; requiere una propuesta sólida y un enfoque que conecte emocionalmente con el electorado. Los comunicadores de la oposición deben aprender a articular una narrativa que no solo critique, sino que también ofrezca alternativas concretas y viables. Sin esta conexión emocional, corren el riesgo de seguir siendo irrelevantes en un entorno dominado por la retórica de AMLO.
A medida que el pueblo se enfrenta a la polarización y la desinformación, es fundamental que recupere su voz en esta dinámica. La participación activa en el debate político y el rechazo a la violencia verbal son esenciales para revitalizar la democracia. Los ciudadanos deben entender que su voz es valiosa y necesaria, y que el debate constructivo puede ser una herramienta poderosa contra la narrativa dominante.
Por último, es crucial que se fomente una ética en el uso de las redes sociales, tanto por parte de los comunicadores como de los actores políticos. La responsabilidad no radica solo en ganar debates, sino en contribuir a un entorno donde se celebre la pluralidad de opiniones y se promueva el respeto. La política debe ser un espacio de construcción colectiva, donde el diálogo y la dignidad sean la norma.
En conclusión, el asalto al algoritmo realizado por López Obrador ha transformado la forma en que se entiende y se practica la política en México. La oposición se enfrenta a un desafío monumental para contrarrestar esta narrativa dominante y recuperar un espacio en el que la voz del ciudadano sea valorada y respetada.
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