“Frente a una crisis de derechos humanos, la CNDH necesita una nueva dirección que recupere su misión original.”
El debate en torno a la posibilidad de reelección de la presidencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) ha ganado impulso recientemente. La inquietud de más de cien organizaciones civiles que se oponen a la continuidad de su titular actual evidencia una creciente insatisfacción con su gestión. Esta preocupación no es superficial; refleja una percepción generalizada de que la institución se ha alejado de sus principios fundacionales y ha mostrado cercanía hacia el proyecto político en curso, lo que compromete su función en un país donde los derechos humanos enfrentan serios desafíos.
La CNDH, como organismo autónomo, debería erigirse en una firme defensora de los derechos fundamentales, especialmente en un contexto donde la violencia, las desapariciones y la militarización amenazan la dignidad humana. Sin embargo, la actual gestión ha proyectado una imagen de subordinación a intereses partidistas, lo cual no solo debilita su autonomía, sino que la distancia de las víctimas que deberían ser su prioridad. Durante este periodo, temas críticos, como la violencia de género y las desapariciones forzadas, han sido relegados, dejando un vacío en la representación de los sectores más vulnerables de la sociedad.
La falta de independencia que ha caracterizado a la CNDH en estos últimos años es un signo alarmante de la erosión de los contrapesos democráticos. En lugar de actuar como una institución que vigila al Estado y denuncia los abusos, la comisión ha adoptado una postura de complacencia que parece cerrar los ojos ante las violaciones de derechos humanos que ocurren en el país. Esta actitud no solo afecta su credibilidad, sino que también socava el estado de derecho, al minar el rol fundamental de la CNDH como límite frente al poder estatal.
Otro aspecto problemático ha sido la falta de eficacia en las recomendaciones emitidas durante esta administración. De un total de 165 recomendaciones, más de 110 corresponden a incidentes ocurridos antes de 2018, lo que revela un enfoque que prioriza el pasado en lugar de responder a las violaciones actuales. La gravedad de la situación es aún mayor al considerar que las decisiones de la CNDH parecen estar orientadas por afinidades políticas, dejando de lado su misión esencial de brindar apoyo y justicia a las víctimas.
Además, en el tema de la adscripción de la Guardia Nacional al Ejército, la postura de la CNDH resultó sumamente cuestionable. En lugar de alzar la voz frente a una decisión que puede aumentar los riesgos a los derechos humanos, el organismo calificó la medida como “un triunfo para el pueblo”. Esta declaración evidencia una alarmante falta de compromiso con su papel de supervisión y defensa.
En este contexto de crisis en materia de derechos humanos, la próxima elección del liderazgo en la CNDH adquiere una importancia crucial. La sociedad civil demanda una persona que asuma el mando de la CNDH con total independencia y un auténtico compromiso en la defensa de los derechos humanos. La convocatoria del Senado para este proceso de selección debe ser transparente y contar con la participación de víctimas y organizaciones que trabajan incansablemente en el ámbito de los derechos. Solo de esta manera se restaurará la legitimidad y confianza pública en la CNDH.
Es vital subrayar que el cambio de liderazgo en la CNDH no debe centrarse únicamente en nombrar a alguien libre de filiación partidista. El nuevo titular debe poseer habilidades para construir consensos y promover un diálogo efectivo entre los diversos actores sociales y políticos. La figura de quien dirige la CNDH no debería confrontarse con el gobierno, sino más bien trabajar como un intermediario que equilibre los derechos de las víctimas y las responsabilidades del Estado.
El propio Ejecutivo ha reconocido la importancia de establecer puentes con académicos y defensores de derechos humanos. Un cambio en la dirección de la CNDH podría ser interpretado como un paso hacia la corrección del rumbo y una respuesta a las demandas históricas de quienes han sido marginados en el debate de derechos humanos en México.
Las organizaciones que rechazan la reelección no solo buscan un cambio en la cabeza de la institución, sino un renovado compromiso con la protección de derechos en el país. México necesita una CNDH que actúe como un freno ante los excesos del poder y que sirva como un refugio para las voces vulnerables. La selección de un nuevo titular representa una oportunidad única para redirigir la institución hacia sus principios fundacionales: la defensa de los derechos humanos, sin concesiones ni compromisos políticos.
El Senado está frente a una decisión de gran envergadura: elegir a la persona idónea que conducirá la CNDH en un momento crítico para la democracia y los derechos humanos en México. La continuidad de la actual presidencia no solo implicaría perpetuar la ineficacia y falta de compromiso observadas, sino también dejar pasar una oportunidad invaluable para recuperar la confianza de la ciudadanía en esta institución tan fundamental para el país.
Conclusión: La reelección en la CNDH pondría en riesgo la autonomía y fortaleza de un organismo que debe ser garante de derechos. Es momento de un cambio que devuelva a la institución su papel legítimo, priorizando a las víctimas y el respeto irrestricto a los derechos humanos.
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