El reloj marcaba las 5:05 cuando salí a caminar con Kali y Milki. Era un domingo gélido, con seis grados que cortaban la respiración y las calles deshabitadas de vísperas de Año Nuevo. Caminamos 57 minutos, un ritual que ha sido mi ancla en este ciclo de días tan vertiginosos. Al regresar a casa, mientras la vieja cafetera italiana bullía con el espresso de la mañana, me quedé pensando en el año que termina. Cada cierre de calendario invita a la introspección, a valorar los pasos dados y los que vendrán. La política no es distinta. Como país, nos encontramos en una intersección de caminos donde Morena, en su consolidación como fuerza hegemónica, redefine las reglas del tablero político.
El dominio de Morena no es casual. Cada movimiento parece haber sido calculado con precisión quirúrgica. Su hegemonía no solo se traduce en mayorías legislativas o victorias electorales; es un dominio que atraviesa la narrativa política, las redes sociales y las reformas estructurales. Morena ha logrado, a través de la figura de la presidenta Claudia Sheinbaum, construir un discurso que conecta profundamente con el imaginario colectivo: la justicia social como eje transformador.
El año que termina ha sido un preludio de lo que viene. Las 20 reformas anunciadas por la presidenta para el próximo periodo de sesiones no son simples ajustes legislativos; son el segundo piso de la transformación. Desde la revisión de la Ley del Infonavit hasta propuestas en materia de reelección, estas reformas consolidan un proyecto político que busca trascender sexenios y anclar la Cuarta Transformación en la médula del Estado mexicano.
Mientras preparaba el expresso, no podía evitar preguntarme si habrá oposición real en 2025. Los partidos tradicionales siguen anclados en narrativas que no resuenan con la ciudadanía. Han fallado en articular un discurso que contraste con la fuerza narrativa de Morena. Y no es que no tengan herramientas; el problema radica en su incapacidad para comprender el momento histórico y aprovecharlo.
Morena, en cambio, ha jugado un ajedrez político impecable. Su narrativa no solo está diseñada para convencer, sino para permanecer. El movimiento ha entendido que en política no hay espacio para el azar. Las reformas anunciadas no son coyunturales; son un cálculo estratégico para consolidar su base y blindar su proyecto. La reforma al Infonavit, por ejemplo, no es solo una medida administrativa; tiene implicaciones directas sobre el bienestar de los trabajadores, un segmento clave para la base electoral morenista.
En este ajedrez, las plataformas digitales han sido el nuevo campo de batalla. Morena ha sabido aprovechar la lógica de los algoritmos para amplificar su mensaje, mientras que la oposición parece estancada en formatos tradicionales que no conectan con el México del siglo XXI. En este nuevo ecosistema, la narrativa es más poderosa que los votos. Controlar el relato es controlar el futuro, y Morena lo sabe.
Sin embargo, el éxito de Morena no ha estado exento de tensiones internas. La Cuarta Transformación enfrenta sus propios desafíos: mantener la cohesión en un movimiento diverso, evitar la centralización excesiva del poder y navegar por un contexto global incierto. Pero estos desafíos parecen menores frente a una oposición que sigue fragmentada, sin rumbo claro.
Mientras bebía el café, reflexioné sobre el papel del relato en este momento político. Cada reforma, cada anuncio, cada acción de gobierno, no solo busca transformar las instituciones; también construye una narrativa en la que Morena se presenta como el único agente de cambio verdadero. La oposición no solo enfrenta el reto de disputar el poder, sino de reescribir el relato de un país que parece haber encontrado en Morena su brújula.
El 2025 será un año decisivo. Las elecciones intermedias no solo pondrán a prueba la fuerza electoral de Morena, sino también la capacidad de la oposición para reinventarse. Pero el poder de Morena va más allá de las urnas. Su capacidad para moldear la percepción pública y establecer la agenda política le ha permitido mantenerse como la fuerza dominante.
Hoy, mientras las calles desiertas de este domingo de diciembre reflejan un país en pausa momentánea, el tablero político ya está en movimiento. Morena, con sus reformas y su narrativa, juega para consolidarse no solo como un gobierno, sino como un proyecto histórico. La oposición, mientras tanto, debe decidir si quiere ser un mero espectador o el contrapeso necesario para equilibrar el juego.
A ustedes, mis lectores, les dedico esta columna con la esperanza de que el 2025 sea un año de aprendizajes y reconstrucción. Que cada uno de ustedes encuentre la fuerza para avanzar, la paciencia para reflexionar y la valentía para exigir el país que merecemos. Porque al final, nuestra democracia no es más que el reflejo de quienes la habitamos. ¡Salud, fuerza y claridad para el año que está por venir!
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