“La batalla por el poder no se libra únicamente en las urnas, sino en el territorio simbólico de las percepciones. Una encuesta no solo mide votos, también revela derrotas discursivas, fracturas internas y hegemonías narrativas.”
El dato no es neutral: encuestas como artefactos narrativos
Las encuestas, lejos de ser simples instrumentos técnicos, son dispositivos de narración política. Con un solo número pueden sellar victorias anticipadas o alimentar derrotas prematuras. En el caso de Querétaro, el sondeo publicado por Heraldo Media Group y firmado por una entidad identificada como “QM” dibuja una fotografía cruda: el PAN aparece con un 45% de las preferencias, seguido por Morena con un 36%. Más que una diferencia de nueve puntos, lo que revela esta medición es la persistente hegemonía del panismo queretano, no solo como aparato electoral, sino como sentido común político.
A nivel simbólico, los números consolidan una narrativa: el PAN sigue siendo sinónimo de gobierno y estabilidad en el estado. Mientras tanto, Morena, aunque cerca en términos estadísticos, se mantiene atrapada en una paradoja política: tiene votos, pero no relato. Tiene músculo nacional, pero no columna vertebral local.
Morena: el partido que no cruza la alfombra del poder
La idea de que Morena tiene la “alfombra roja tendida” en Querétaro, pero se rehúsa a cruzarla, es más que una metáfora: es una crítica estructural a su incapacidad de convertir oportunidad en hegemonía. El 36% que alcanza en la encuesta es un número respetable, pero se convierte en irrelevante si no va acompañado de cohesión, estrategia territorial y liderazgo efectivo. En el fondo, el problema de Morena en Querétaro no es aritmético, es narrativo.
Mientras la figura de Claudia Sheinbaum proyecta una imagen de continuidad con la Cuarta Transformación y la legitimidad presidencial, su eco no reverbera con la misma fuerza en Querétaro. La distancia entre el relato nacional y la práctica local se traduce en candidatos sin arraigo, estructuras frágiles y una militancia confundida. Algunos actores, incluso, actúan como si ser oposición fuera un papel que se desempeña de forma ocasional, sin confrontar con claridad al régimen panista que gobierna desde hace más de dos décadas.
El PAN y la hegemonía normalizada
El 45% que concentra el PAN no es un accidente ni un simple acto de fidelidad electoral: es el resultado de un proceso largo de construcción hegemónica. En palabras de Antonio Gramsci, la hegemonía no solo se impone por coerción, sino por consenso. Y eso ha hecho el PAN en Querétaro: edificar un relato de eficiencia, orden y desarrollo económico que se repite en medios, cámaras empresariales, universidades privadas y círculos sociales conservadores. No importa que la deuda pública crezca, que los proyectos como El Batán despierten rechazo o que la transparencia brille por su ausencia; el PAN ha logrado convertir su modelo de gobierno en un sentido común difícil de desmontar.
En este contexto, Morena aparece como un actor que denuncia, pero no propone con contundencia. Que cuestiona, pero no construye un relato alternativo con fuerza emocional ni simbólica. La encuesta no solo mide intención de voto: mide también la ausencia de un proyecto que interpele a la ciudadanía desde una visión de futuro distinta a la que el PAN ha instalado durante años.
Fractura interna, oportunidad desperdiciada
Morena está atrapada en un laberinto narrativo. Tiene la fuerza institucional para competir, pero carece de una arquitectura política sólida en Querétaro. La encuesta refleja el costo de esa dispersión: liderazgos divididos, candidatos que operan más como gerentes que como referentes políticos, y una estrategia centrada en la marca nacional más que en una propuesta local. En lugar de tejer un relato propio para el estado —uno que hable del agua, la desigualdad, los fraccionamientos cerrados, la inseguridad o la falta de transporte digno— Morena parece atrapada en la repetición de eslóganes federales que no resuenan en el oído queretano.
La oportunidad está servida, sí: hay una porción del electorado desencantado (el 7% que marca “otro” y el 5% de “no responde”), hay desgaste panista y hay una crisis evidente de representación. Pero Morena no ha sabido canalizar ese malestar hacia una propuesta creíble, ni ha ocupado con fuerza simbólica los espacios públicos, digitales y narrativos que están en disputa.
¿Y el tercer actor?
Movimiento Ciudadano, con apenas el 2%, parece fuera de competencia. Sin embargo, su bajo porcentaje no debe leerse con condescendencia. En un escenario de fractura panista o de naufragio morenista, un candidato ciudadano con narrativa disruptiva podría convertirse en el fiel de la balanza. En otras palabras, Querétaro aún no está cerrado. La encuesta refleja una tendencia, pero no una sentencia. El mapa electoral todavía es un texto en proceso.
El relato por venir
La encuesta de QM no anticipa un resultado, sino un reto. Para el PAN, mantener su hegemonía requerirá más que inercia: deberá renovar su narrativa, conectar con las nuevas generaciones y no subestimar la erosión que generan la deuda, el despojo hídrico o la falta de movilidad urbana. Para Morena, el desafío es mayor: debe reconstruir un relato desde abajo, territorializar su propuesta, y sobre todo, tener el coraje de romper con el acomodo cómodo de quienes prefieren perder antes que incomodar al poder panista.
Porque en Querétaro, como en toda democracia real, no gana el que tiene más recursos o más gobierno: gana quien mejor interpreta el momento, quien articula un relato que emociona, moviliza y convence.
Epílogo:
Una elección no se gana en las gráficas. Se gana en el relato. Y en Querétaro, el relato aún está en disputa.
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