“El que no sabe mover piezas en el tablero, termina siendo la pieza sacrificada.”
En el arte de gobernar, hay una regla no escrita: la operación política es la sangre que da vida al poder. Puede haber recursos, infraestructura y hasta popularidad momentánea, pero si no hay operadores que articulen intereses, construyan consensos y sofocan incendios antes de que se propaguen, el poder se convierte en un cuerpo sin alma.
Querétaro está presenciando el precio de esa omisión. La Secretaría de Gobierno, que históricamente fue el eje que mantenía a raya los conflictos y equilibraba las fuerzas sociales, se ha transformado en un agujero negro que absorbe toda la energía política del gabinete. Carlos Alcaraz, el hombre llamado a ser el arquitecto de la estabilidad, abandona el cargo dejando tras de sí un panorama de fractura institucional y un proyecto hídrico, El Batán, que pasó de ser promesa a convertirse en ruina simbólica.
La lección es brutal pero ineludible: el poder sin operadores políticos y sin relato es un cadáver con corona.
El vacío que devora al poder
Maquiavelo advertía que un príncipe debía estar siempre alerta a los movimientos del pueblo y a las intrigas de sus cortesanos. Esa alerta no se logra con boletines de prensa ni con tecnócratas encerrados en oficinas: se logra con operadores políticos capaces de leer el pulso social, tender puentes invisibles y desactivar conspiraciones antes de que se vuelvan amenazas reales.
Carlos Alcaraz no entendió eso. Su error no fue solo técnico; fue estratégico. Optó por la imposición en lugar del diálogo, por el control administrativo en lugar de la inteligencia territorial. Cuando una Secretaría de Gobierno pierde la capacidad de interlocución, la política se transforma en ruido, caos y confrontación.
Un gobernador sin operadores es como un general sin ejército: puede tener planes brillantes, pero al momento de la batalla está condenado a la derrota.
El ajedrez político mal jugado
El Sistema Hídrico El Batán debía ser la gran pieza de ajedrez de la administración Kuri: un proyecto que consolidara su legado y fortaleciera al PAN en el estado. Pero en lugar de jugar con paciencia y cálculo, la administración avanzó como un novato que no ve más allá del siguiente movimiento.
La narrativa oficial —“agua para todos, con infraestructura de vanguardia”— fue pulverizada por la oposición, que supo instalar una idea mucho más simple y emocional: “privatización, endeudamiento y saqueo del agua”.
Sun Tzu decía que ganar cien batallas no es el mayor logro; el verdadero triunfo es someter al enemigo sin luchar. Aquí ocurrió lo contrario: la administración se metió a una guerra de desgaste que no podía ganar porque perdió la narrativa desde el principio.
Cuando un gobierno se ve obligado a explicar con tecnicismos mientras la oposición moviliza emociones, ya está derrotado.
Sin operadores no hay hegemonía
La salida de Alcaraz no es un simple movimiento de piezas. Es el síntoma de un colapso más profundo: la falta de hegemonía política. En Querétaro, la administración parece creer que el poder es solo un acto de gestión, cuando en realidad es un delicado equilibrio entre fuerza, relato y legitimidad social.
Un gobierno que no tiene operadores en la calle, aliados estratégicos en los sectores clave y un relato capaz de inspirar incluso a los tibios, es un gobierno que camina al borde del precipicio.
Hoy el PAN en Querétaro luce más como un archipiélago de intereses personales que como una maquinaria política. Los liderazgos locales están desarticulados y la oposición con una narrativa clara desde la presidenta y Siervos de la nación en el territorio, acompañados de operadores que creen en una tercera vía comienzan a llenar el vacío.
Última escena: El arte de no perder el poder
Gobernar es un ejercicio de sofisticación que combina tres artes: anticipar, narrar y pactar. El que no anticipa se ve arrastrado por los acontecimientos. El que no narra deja que otros cuenten la historia. Y el que no pacta termina enfrentándose a todos, incluso a sus propios aliados.
Carlos Alcaraz se va como un general derrotado, pero la pregunta más inquietante es otra: ¿qué hará Mauricio Kuri ahora que su escudo político se ha resquebrajado? ¿Seguirá confiando en tecnócratas y comunicadores, o entenderá que necesita operadores con colmillo que reconstruyan las alianzas y devuelvan la gobernabilidad?
Porque el poder no es eterno. Es un organismo vivo que requiere cuidado constante. Sin operadores políticos, un gobierno está ciego. Sin relato, está mudo. Y sin ambas cosas, aunque conserve el poder, ese poder no es más que un cascarón vacío.
Querétaro necesita menos administradores y más estrategas, menos improvisación y más oficio político.
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