En el tablero del poder político, no hay nada más peligroso que la soledad. Un líder aislado es un líder vulnerable, incluso cuando aún ostenta el bastón de mando. Mauricio Kuri, gobernador de Querétaro, ha comenzado a experimentar esa soledad política que ningún algoritmo de recaudación ni discurso empresarial puede disimular.
Es de todos sabido que no hay mejor campaña que la que surge gratis. Y es precisamente esa campaña la que hoy devora a Kuri en las redes sociales: una ola incesante de críticas que no solo desgasta su figura, sino que amenaza con desmoronar la narrativa panista en un estado donde, hasta hace poco, Acción Nacional presumía hegemonía. La dirigencia estatal del PAN simplemente desapareció. No hay operadores. No hay voceros. No hay estrategas que sepan leer la calle ni entender las emociones que brotan del hartazgo ciudadano.
En apenas dos semanas, Querétaro pasó de discutir proyectos de infraestructura y planes de desarrollo económico a un campo minado de señalamientos sobre la obra de Paseo 5 de Febrero y la gestión del agua. Y es que cuando un gobierno pierde el relato, pierde también el control del territorio simbólico: ese espacio donde las palabras construyen realidades. MORENA, con disciplina y hambre de poder, ha sabido llenar ese vacío, convirtiendo al gobernador en el blanco favorito de sus ataques.
Lo más preocupante no son los golpes externos. Lo que de verdad debería quitarle el sueño a Kuri es el abandono de su propia tropa. Los líderes panistas andan escondidos, temerosos de mojarse en la batalla discursiva. Los candidatos que deberían estar recorriendo calles para defender la gestión estatal han optado por el silencio cómplice o la cómoda distancia. En la narrativa de la Cuarta Transformación, esto ya huele a rendición anticipada.
El deporte favorito de los guindas es apedrear a Kuri en cada espacio digital. Y el PAN local, lejos de responder, parece paralizado. Ni en los medios de comunicación ni en las colonias hay voces que repliquen, que construyan relato, que rescaten la idea de un proyecto queretano con futuro. Como en el ajedrez, el rey está solo, rodeado de peones inmóviles y alfiles que abandonaron el tablero.
La verdad es incómoda, pero urgente: el gobernador nunca ha sido, en esencia, un político. Su éxito en la iniciativa privada no se traduce automáticamente en liderazgo político. Gobernar no es dirigir una empresa, y menos aún cuando los adversarios no juegan bajo las mismas reglas del mercado. La política es barro, es narrativa, es territorio emocional. Y Kuri, pese a sus intenciones tecnocráticas, no ha logrado conectar con el electorado más allá de los números macroeconómicos.
A este desgaste se suma la fractura interna del PAN nacional. Mientras los azules pelean por el control del Comité Ejecutivo, en Querétaro se percibe un partido agotado, con liderazgos reciclados y sin capacidad de conectar con la nueva ciudadanía. Ni siquiera las victorias en municipios relevantes han logrado ocultar la herida del 2 de junio: una derrota presidencial que caló hondo y dejó al PAN con aroma a pasado.
Lo paradójico es que, incluso con estos errores, no todo está perdido. La política es un juego de ciclos, y los blanquiazules aún podrían recuperar iniciativa si entienden que los tiempos de crisis son tiempos de acción. Pero para ello, necesitan líderes que salgan del confort de los cafés y oficinas, que caminen barrios, que escuchen a los comerciantes y que vuelvan a hablar con un Querétaro real, no solo con el Querétaro de los consejos empresariales.
Mauricio Kuri tiene dos opciones: asumir el papel de general en jefe y dar un golpe en la mesa para marcar una ruta al 2027, o resignarse a ser el último gobernador panista de Querétaro. Si decide lo primero, deberá rodearse de estrategas de verdad, no de cortesanos, y construir una narrativa que defienda sus obras y conecte emocionalmente con los ciudadanos. De lo contrario, MORENA no solo le arrebatará la plaza; también le arrebatará el relato de su propio gobierno.
Epílogo: El ajedrez del poder
En el juego del poder político, un príncipe jamás debe permitir que la narrativa de sus adversarios defina su destino. Cuando los generales desertan, cuando los operadores enmudecen, cuando los peones se esconden, el rey está condenado a caer. Kuri aún puede mover ficha, pero debe entender que en política no basta con administrar: hay que liderar, seducir, inspirar. Y es que, como en el ajedrez, la partida no termina hasta que alguien dice jaque mate.
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